Esta exposición gira en torno a nuestros viajes y las formas en que nos hacen crecer y aprender. Viajar es cultivar, absorber paisajes desconocidos, encontrarse con extraños, aprender más allá de los libros y las pantallas. Desde el encuentro entre quienes somos, la expectativa de lo que esperamos encontrar y lo que finalmente descubrimos en el camino, nacen nuestras propias comprensiones, no solo recuerdos, sino también ideas e interpretaciones que constituyen nuestra ventaja personal. El viaje es una aventura intransferible que nos permite acercarnos a los demás y entendernos mejor a nosotros mismos. Nos formamos adquiriendo experiencias, acumulando equipaje, contemplando de cerca, conversando y riendo. Estos nuevos episodios en nuestra biografía nos hacen sentir más empatía por las referencias que estimulan nuestro deseo de saber, no importa si ese motivo es una persona que admiras, una exposición que anhelaste ver o un edificio emblemático que visitas. Por los seres vivos los haces suyos y se vuelven parte de ustedes. Esta conexión a través de la experiencia facilita el intercambio y fortalece el sentido de pertenencia a un territorio imaginario; en nuestro caso, inevitablemente asociado con el arte y la fotografía contemporánea.

De alguna manera, estos viajes exploratorios terminan siendo pequeñas metáforas de la mundanalidad y un tipo de conocimiento práctico que no se mide ni se valora en su valor adecuado. No hay distinciones o líneas divisorias entre la vida y el arte, son parte de lo mismo. Son capítulos que terminan formando una percepción de la realidad, lecciones en primera persona. Las sensaciones y la intuición generan una forma más profunda de interiorización que las estructuras lógicas que se estudian desde la teoría. Las huellas de lo vivido van más allá de la memoria, también son hechos vinculantes que permanecen latentes en nosotros durante mucho tiempo. Sin darse cuenta, se absorben de una manera natural e inexplicable, como por ósmosis. Sema D’Acosta. (SCAN Project Room press-release)