Las islas representan para el navegante, la salvación; como lo serán para los náufragos; utopías para el disidente; escondites para piratas; para los científicos maravillas a investigar; para las semillas tierra en donde germinar y poblar con bosques y plantas extraordinarias.

Las islas, segregadas de las masas continentales o emergidas de los fondos marinos, son espacios de novedad en una vida ya iniciada desde largo tiempo. Las islas propician bosques asombrosos de insólitos árboles que acogerán hermosas flores y extraños animales y crearan mundos nuevos. Jóvenes, aisladas por los mares, con condiciones únicas nos ofrecerán un mundo natural asombroso y nos llevan a imaginar nuevos mundos sociales.

Las Islas son, particularmente, entidades mitológicas, aunque pronto su dimensión mitológica se habrá de convertir en literatura o en arte y en laboratorios de ciencia, porque permiten que la mirada acompañe desde el origen su evolución. Y, sobre todo, porque son tierra nueva para germinar nueva vida, en donde imaginar un empezar de nuevo. Carlos Muñoz Gutiérrez.

Carmen Cólogan (San Cristóbal de La Laguna, Tenerife, 1959). Se licencia en Bellas Artes por la Universidad Complutense de Madrid. Becada por el Cabildo Insular de Tenerife (1992-2005). Cursa estudios de Doctorado en la Universidad de Bellas Artes de la Laguna, Tenerife.

«Como si de un extraño y onírico gabinete de Ciencias Naturales se tratara, la artista ha ido interpretando la forma esencial de algunas especies vegetales en un viaje sentimental a través de las islas –reales o imaginarias- que dan vida a su atlas interior: el islario de su memoria.

Son territorios vividos o intuidos, habitados por míticos dragones leñosos cuya sangre se transmuta en gemas perfumadas; bananos de frescas hojas y áureo fruto; cactus guerreros apacibles de estructura ósea y cartilaginosa.Su experiencia vital en el archipiélago nativo y el contacto desde la infancia con algunos de estos monumentos vegetales –la higuera del Himalaya, la jacaranda o el tulípero del Gabón- se encuentran sin duda en los orígenes del interés que demuestra Carmen Cólogan por hallar la expresión sintética de los solitarios espacios insulares, barcos de piedra, y sus colonos más antiguos.

Baobabs de Madagascar o árboles del Pan de la Polinesia, emblemas monocromos, estáticos guardianes apostados en las galerías misteriosas del recuerdo, la vivienda melancólica revisitada por la pintora». Carlos Gaviño

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