Hace mucho el escultor Oteiza en su tratado de estética Quosque Tamdem consideraba que concebir una obra de arte consiste en dar una solución existencial a lo inexplicable.
Hace muy poco el poeta Andrés García Cerdán escribía en una revista especializada: Escribimos lo que no sabemos, lo que desconocemos, su peligro y su bondad. Así creamos: desde la inexistencia, desde la ausencia del lenguaje, desde la inexperiencia. Desde el no existir y el no saber, el lenguaje crea, inaugura el mundo.
Hay un puente en el tiempo edificado en la necesidad de crear desde la aculturalidad, que une ambas concepciones del arte. Lo inexplicable de Oteiza se mueve en el ámbito de lo desconocido, más aún de lo inexistente de Cerdán, fuera de los dominios de lo que se puede pensar o sentir.
Las obras exhibidas no se nutren de una experiencia previa reconocible de mi vida y no pretendo que su función sea transmitir una idea, un sentimiento, una información o una experiencia, solo son eslabones de una cadena de conocimiento del mundo y de mi mismo.
En las obras expuestas hay una cierta entidad que les hace parecerse nada más que a sí mismas. Se han convertido para mí en elementos de conocimiento del mundo, son el espejo donde miro al mundo y me miro a mí.
No describen mi experiencia del mundo, ni la experiencia de nadie, son un mundo propio, un nuevo borde de lo real, un mundo nuevo. Mundos nuevos que salen del existente desde de la inexistencia… Manolo Oyonarte, febrero de 2017 (ASPA press-release)
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Image: Manolo Oyonarte