Como si pudiera situarse en un punto equidistante entre el estado de trance, la expansión emocional y una acción consciente de volcánica artillería pictográfica, Sofía Mastai ensaya en cada una de sus incómodas piezas la disonancia de un poderoso y desconcertante acorde. Allí confluyen las marcas ríspidas del primal estallido físico que parece haberle dado origen, así como los sucesivos ingresos de materia, color, gesto y dibujo, que se imbrican, chocan, se repelen, se transparentan y superponen en la conjugación electrizada de un organismo en palpitante crisis de identidad, denso, complejo y esquivo.

Sofía Mastai (Barcelona 1983) parece no reparar ni cobijarse en la contención de ningún género o escuela, aun cuando se la pudiera inscribir en el canon del expresionismo abstracto, lo cual en su caso sería lo mismo que encorsetar en la lógica de una determinante razón estilística y conceptual una obra que trata permanentemente de escapar afiebrada, enfervorizadamente, de toda clasificación ordenadora, para revelarse mas como un fenómeno de fuerzas confluyentes, y acaso antagónicas, que como una estética.

De hecho, esa dinámica de fuga hacia ningún lugar y en todas direcciones que parece ser la desquiciada tónica estructural, la pulsional batalla sistemática que la artista parece plantear en su voluble discurrir sobre el plano, impide todo intento de lectura formalista para proponer, o exigir, del espectador, no tanto la anhelada empatía sensorial o intelectual, sino una suerte de desafiante convivencia crítica. Mastai nos confronta con la inestable, fugaz seducción de una atractiva, voluptuosa sensualidad intensamente táctil para despojarla rápidamente de sus ropajes elegantes y entregarse al vapuleo astringente de una paleta en exasperada desarmonía; trazos y chorreados flameantes desgarran las rancias ciénagas de inclemencia cromática, mientras líneas feroces, hirientes como tajos, se entrecruzan como ramalazos huracanados.

A la vez, y aún en medio de este mundo íntimo de desesperada fisiología, que parece debatirse en agudo conflicto consigo mismo, hay algo que de repente se despega de las crispadas tensiones para remontarse y cobrar vuelo, un rapto sorpresivamente etéreo y primaveral, el aleteo feliz de un inesperado lirismo; el relámpago límpido que inyecta equilibrio en la turbulencia y luminosidad en el abismo. Eduardo Stupia

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Imagen: Sofía Mastai